Aunque la historia oficial ha presentado a Emiliano Zapata como un indio pobre que se levantó en armas, lo cierto es que era un pequeño propietario, dueño de un pedazo de tierra para cultivar; tenía sus buenos caballos e incluso, en una ocasión, los ingresos que ganó por una buena cosecha de sandías los empleó para comprarse una botonadura de plata para su traje charro.
Le gustaba la comida francesa y el buen coñac.
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